8 sept 2012

Sobre la obra de teatro "Los que merecen ser amados"


“Los que merecen ser amados saben que no hay amor sin miedos, sin angustias, sin dolor. Sabemos que aún así vale la pena amar y ser amados. Porque es amando como transformamos a los demás y nos dejamos transformar. Y qué mejor.”

Dirección: Raúl Delgado, Cristina Lovay y Alejandra Sánchez.

Actúan: Mailén Cárdenas, Gabriela Checura, Belén Coluccio, Raúl Delgado, Haydee Ferreyra, María Guerra, Cristina Lovay, Ana Mangerino, Agustín Ordiales, Diego Pavone, Paola Reta, Adela Sánchez y Alejandra Sánchez.

Música Original: Guillermo Cácharo .

Los que merecen ser amados
…deshojan cualquier flor con tal de conseguir un beso, la caricia, el abrazo.
Si lo encuentran gozan con locura.
Y si no, buscan un rincón dónde refugiarse, heridos de amor.

La obra de teatro “Los que merecen ser amados” es una creación colectiva compuesta por 13 actores en escena. La primera vez que uno concurre a la función de la obra mencionada, ya sea por recomendación como fue mi caso, o por esas cosas que tiene el azar de conducirnos a lugares y momentos inesperados pero llenos de magia al fin, uno va predispuesto, abierto a sentir, pero les aseguro que se llevará una sorpresa. Como espectador hay que estar preparado, porque una vez que uno se sienta, dispuesto a ver una obra de teatro, ya no habrá vuelta atrás. El tiempo dejará de correr como siempre, los espejos se romperán para volver a armarse pero mostrando otros reflejos, las mujeres perfumadas con el dulce aroma de la primavera que no depende del mes en que estemos bailarán extasiadas de placer, del placer que se siente al ser amado que si bien se mira es el mismo que se siente cuando uno se cree bello, los hombres ajenos de todo machismo, de todo cinismo, de todo pesimismo y con mucho entusiasmo repartirán flores esperando ser el destinatario de un futuro mucho…
Octavio, el sastre, nos dice al comienzo de la obra “nos hicieron  incompletos” y en cada acción los personajes parecen enfatizar ese inciso mostrándonos sus carencias. Luego, varios pasajes de la obra me hicieron recordar “A puerta cerrada” de Sartre, obra de teatro en la que tres personajes representan el infierno, they are the hell itself, están y son el infierno.  El infierno son los otros.  Mas aquí sucede lo inverso, el otro parece venir a salvarnos, darnos una nueva mirada.



Los espejos

Mediante este elemento se le da una entidad al otro. En el primer momento en el que se intercambian espejos, como si intercambiaran miradas, los personajes comienzan a verse de una forma distinta, ni mejor ni peor, distinta. Ven cómo son mirados y eso les crea la sensación de ser percibidos, de que existen, reconocen virtudes antes impensadas, son. Los espejos como ojos, los ojos como espejos, metáfora no dicha que va y viene constantemente.
¿Qué somos? ¿Somos acaso lo que vemos en nuestro reflejo? ¿Somos lo que el otro dice de nosotros? ¿Somos lo que vemos en el espejo ajeno? ¿Cuántos yoes podemos generar? El lobo y el hombre conviven en un mismo ser y aun más personalidades pugnan por salir a la superficie.
La comida
Este elemento está muy presente en la obra. En principio lo vemos en el personaje de la cocinera. Todo lo que prepara, ya sean pastas o vegetales parecen no gustarle a Alba, la mujer que regentea ese especie de conventillo y que también oficia de madama. Pero ¿Qué significa? El rechazo tal vez es una proyección, el desdén no solo va dirigido hacia la comida sino que se extiende a la quien la hace, no me gusta lo que hacés, no me gustás vos. Luego veremos a este personaje protagonizar una escena un tanto surrealista en donde no faltan los simbolismos. En aquella también aparecen Octavio, el sastre; Renzo, el don Juan y luego César, el más callado pero no por eso menos expresivo. Al comienzo los dos primeros se encuentran con una olla, en la que Rita, la cocinera se halla junto a largas tiras de fideos, les da a los hombres para que prueben de sí misma. Ellos la rechazan, con cortesía primero y ya alevosía después. La escena culmina con la entrada de César, que disfrazado como un caballero antiguo, empuña una espada en una mano y en la otra lleva la tapa de la olla y luego con la misma le clausura la salida a Rita. Pero ¿Qué fue todo esto?  ¿Surrealismo a lo Monty Phyton? A la cocinera la rechazan nuevamente y ahora un poco menos explícitamente: ella está siendo probada, se ofrece y aun así no es aceptada. ¿Y cómo termina? César tapa la olla pero ¿por qué? La única respuesta que se me ocurre es porque aun sin habiéndola probado cree que Rita no es para ser compartida, tal vez.
Luego tenemos a la comida como símbolo hedonista, cuando Renzo y Amanda encuentran un cuenco con lechugas y las empiezan a comer a devorar con fruición, con sensualidad. Y al terminar le da los restos del vegetal a su novia ¡Los restos de su sensualidad, al fin y al cabo!
Y por último vemos a Césor compartir una hoja de lechuga con Rita, aquí estamos en presencia de un aspecto más tierno.

¿Quiénes son los que merecen ser amados? ¿Por qué esa tercera persona? ¿Acaso no merecemos ser amados todos? La respuesta no se explicita. Tal vez se sugiere… La tercera persona muchas veces suele ayudarnos a despersonalizarnos y ver mejor como si fuéramos un espectador. Quizás este también sea el caso. En cualquier caso, uno se va de la sala con —al menos— la sospecha de que uno es el que merece ser amado, que el amor existe; que siempre puede ser primavera siempre y cuando uno tenga deseos de deshojar margaritas eternamente, en ese pendulante: me quiere mucho, poquito, nada (Alejandro Dolina cuenta, en sus Crónicas del Ángel Gris, que los hombres sensibles del barrio de Flores, solían agregarle más opciones intermedias e inclusive algunos solían calcular la cantidad de pétalos para y elegir solo aquellas flores que dieran como conclusión el tan perseguido Me quiere mucho), que las cosas suelen decantar por su propio peso; y su uno insiste creerá que la vida tiene sentido que basta mirar con los ojos propios y ajenos para apreciar toda belleza.

Razones para ir a ver “Los que merecen ser amados”

Si tuviste la oportunidad de ver Amelie y te encantó (tal vez es una redundancia, si la viste te encantó) tenés que ir a ver esta obra. La música, el clima, tiene cierta reminiscencia a esa gran película.
Si te gusta Edith Piaf tenés que ir a ver la obra.
Si leíste Salvo el crepúsculo de Cortázar y te emocionaste con las poesías, tenés que ir a ver la obra.
Si te gusta el tango no te faltará la ocasión de ver una escena en la que tres de los personajes danzan sugerentemente con ese lenguaje, que es el baile, que es el tango, que es el teatro, que es la literatura, que es el arte.
Si te gustan mucho los patos como a mí, tenés que ir a ver la obra (es un poco absurdo, pero también hay un poco de absurdo en la obra).
Si sos un ser humano tenés que ir a ver esta obra. Es un deleite de sentidos y no discrimina género y edad. Ah y si no sos un ser humano y te dejan entrar tampoco tenés que faltar.
Como las obras de arte que me fascinan y me llegan a mí, ésta me hizo —y me hace— sentir pero además me invita a la reflexión y cuando es atravesado por Los que merecen ser amados, uno mismo se siente elevado

Imagen extraída de http://teatraje.blogspot.com.ar/ también pueden buscar allí más información de la obra y de la compañía.

16 jul 2012



Hoy me llamo Gastón, tengo 34 años y estoy solo.  Me llamo Gastón, pero bien podría llamarme Facundo. Los nombres no importan. A la gente que me ve, que interactúa conmigo en la calle poco le importa cómo me llamo. Simplemente me saludan o me putean, simplemente. El verdulero de la esquina de casa cree, hace varios años, que mi nombre es Andrés y me trata como a un Andrés, me dice, yo de chico tenía un amigo que se llamaba igual que vos, era igual de boludo; se rasca el culo, eructa y repite la última frase, igual de boludo, se ríe de manera burlona y termina su escena. En cambio, Julio, el almacenero, me trata como a Juancito, el hijo que se fue a Europa para no volver. Cada vez que me ve, me pide:  Juancito, quedate a tomar la leche, te abro las galletitas que te gustan a vos. Yo siempre le respondo, Don Julio, no me rompa las pelotas, yo no me llamo Juancito, no soy su hijo y a mí me gustan los manices, no las galletetias. Me voy corriendo antes de que empiece a llorar y llego a casa. Llamo a Luisa, mi novia y me trata como si fuera Ernesto su ex, me discute: no Ernes, hoy no nos podemos ver, yo estoy de novia, con… con… con mi novio, así que no insistás, y corta.
Conocer gente es harto tedioso, es casi como ir al banco o pagar impuestos, se torna burocrático. Formalismos y más formalismos.  ¿Y para qué? ¿Para qué sonreír? ¿Para qué halagar, hablar de uno mismo? Contar chistes, intimidades, problemas, etc. ¿Eso nos hace más queribles? Lo dudo. Mi mamá suele decirme, Hernán (Hernán es mi hermano), vos lo que tenés que hacer es conocer a una buena chica, que sea compañera, estudiosa, trabajadora, de buena familia y si es linda mejor. No podés estar todo el día rezongando porque la gente te habla raro, tal vez será que vos sos el raro. Ay, Pablito (Pablo es mi viejo), no quiero que crezcas como tu tío Osvaldo, solterón y pelotudo.
No sé si los decires de mi madre, si ver a cientos de parejas por los parques tomadas de la mano o si son las galletas de telgopor que me como, pero algo de todo eso me llevó al día de hoy.  Te vi. Te vi en la esquina de Libertad e Independencia esperando el 136, te vi luego en el quiosco comprando un Topolín— me diste ternura—, te vi anoche en mis sueños, te vi hace cinco minutos en este mismo bar, entré y no pude resistirme y me senté acá, en frente tuyo. Tenés poesía en los labios, apuesto a que sí. Yo sé tocar valses hermosos y un blues que te puede enamorar. Pero por sobre todo me gustan los patos, aunque sean raros, me gustan porque son raros, me gustan los días de lluvia. Para mí te llamás Cielo, tenés 30 años y estás sola. Hoy me llamo Gastón, tengo 34 años y estoy solo.
Creo que nos debemos un café, no sé si para hablar del clima que hace afuera o del que hace acá adentro, donde no se ve ni se toca. Tomemos un café como si mañana fuéramos a quedarnos sin sentidos y este fuera nuestro último café, el último aroma, el último segundo. En fin, te digo todo esto porque el café se nos debe porque simplemente no hay nada mejor para esta tarde de llovizna que dos que no se conocen


Yo: — ¿Qué cosa?—como un acto reflejo, sorprendido
¿C?:— La cuenta
Y: —2 y 2 son 4, 4 y 2 son 6, 6 y 2 son 8 y 8, 16 —con la melodía de La Farolera
¿C?: —Me refería a la cuenta, al té con miel que me tomé. Disculpame, ¿Usted no es el mozo?
Y: — Ehh… Si, esteeeee. Son 5 pesos.
¿C?: —Sírvase y guarde el cambio.
Y: —Gracias, muy amable—Me levanto y salgo del bar. Afuera llueve. Hoy me llamo Gastón, tengo 34 años y sigo  solo.

¿C?: —Sírvase y guarde el cambio.
Y: —Gracias, muy amable—Me levanto y salgo del bar. Afuera llueve. Hoy me llamo Gastón, tengo 34 años y sigo  solo.

¿Cielo?: — ¿Cuánto es? —me pregunta indiferente

5 jun 2012

Preguntas a la luna


Hoy
amanecí con la luna
en mis ojos
le pregunté
¿Hasta cuándo?
¿Sabés hasta
cuándo
dejaré de pedirle
con la mirada,
siempre con la mirada,
que vea hacia otro lado
que cante en otros lares
que ilumine otros rostros?
Porque aquí,
aquí cerca
cada vez que
se sospechan
sombras de sus párpados,
ecos de su voz,
todo se torna
de un aire
azul marino,
liviano, muy liviano
tan feliz,
pero
efímero.

1 jun 2012


A vos, sí a vos

¿No te parece graciosa
la gente que anda con paraguas
bajo la lluvia?
Esas personas
que corren
sí, corren
como escondiéndose,
escondiéndose del agua,
de la vida.
¿No te parece 
al menos curiosa
esa gente?
Esas personas 
que se quejan del clima,
que lo miran a uno
que sonríe ante la lluvia
como si fuera un loco
cuando yo
no los entiendo a ellas.

Dale, sí, a vos
vos que mirás 
desde un bar desierto
cómo las miles de gotas
bailan tan poéticamente,
mirás con ganas de bailar 
con ellas,
a vos te invito, 
dale, salgamos 
tiremos el paraguas
seamos lluvia
y esperemos al sol
que siempre es mejor
recibir un arcoiris 
acompañado.
Marcos Paz 23 de mayo de 2012

25 may 2012

Poesía inspirada por Fight club


—     ¿Qué te gustaría haber hecho antes de morir?— me pregunta el mecánico
Y yo, qué puedo responderle
si ya no queda más tiempo,
las agujan van diciendo basta, ya no más
los granos de arena se precipitan
hacia el abismo
hacia mi abismo.
—     El tiempo se acorta, ya es hora de decidir— me presiona el mecánico
Sigo pensando, pero nada
nada.
Tal vez ese sea el problema:
pensar.
Improviso de una vez por todas,
pero ya es tarde.
—     Hora de partir—  sentencia el mecánico. Y nos vamos.

23 may 2012

La Maga y el pato

La Maga y el pato




Llegué a casa y me encontré algo extraño, Maga tirada sobre la alfombra, contemplando la mirada de un animal. Se produjo esta conversación:

—¿Y esto?— le pregunté

—Es un pato— me dijo tan naturalmente, como si nada, como si fuera lo más normal del mundo tener un pato en medio de la sala

—¿Y qué hace acá?—quise saber, como cualquiera hubiera hecho.

—Es un pato, los patos están porque están, no se preguntan qué hacen, viven— me respondió—desde ese momento quiero ser como un pato, teniendo esa vida sin importarme nada