13 oct 2011

Hoy solo catarsis

Hoy soñé con él. Como en los sueños suele pasar estaba ahí (él, no yo), insertado en la realidad, impuesto. Se encontraba con la mayor de las naturalidades, inclusive lo vi aun más joven-cabría mejor decir, escribir: menos viejo- solo pude abrazarlo.  Le pregunté sin que se me soltara ni siquiera un lágrima-externa-qué le había pasado, qué hacía allí, cuándo y cómo había vuelto, quién era él, quién era yo. Fue solo un chiste, se explicaba, dirigido hacia un amigo. ¿Un chiste? Me pregunté a la vez que le extendía la pregunta a él. ¿Y todos los demás solo actores en este supuesto chiste para “un amigo”? Todos se reían. Si el único que no se reía ante esta supuesta revelación era yo, a las claras se veía quién fue la víctima. Él era Mario y esta es la introducción sobre quién fue para mí.
Escribí algo con el título “Hermanas”, dijo en el primer encuentro de un cuarteto que unos años después se separaría. L a semana siguiente llevé lo pedido, desperté su interés en mí como futuro escritor y desde allí no dejé de escribir.  Hoy Mario está muerto y no yo. Esa es una de las cosas incomprensibles.  Otra es un concepto en sí mismo: las relaciones, mis relaciones. Cuando me enteré del hecho-esta palabra hace pensar en que alguien produce la acción, en este caso la muerte, ¿Quién? ¿Dios? ¿La muerte misma?- no lo sentí como creía que debía haberlo sentido. Él ya estaba mal, por ende no era tan extraño que sucediese eso, lo extraño fue que no me afectó inmediatamente. El dolor que todavía no me había llegado me permitió ir a ver el programa de Dolina con Ferna, reírme, aunque con un poco de culpa, cabe aquí la confesión: el “tú debes sentirte triste” retumbaba en mi mente. Discutimos este tema con mi amigo, sobre la ausencia del sentimiento esperado; esto me hizo sentir un poco mejor. Todavía me faltaban seis horas para resarcirme -¿Ante quién? ¿Ante mí? ¿Ante él? ¿Ante Él?
Velatorio. El que haya ido a uno sabrá que esa única palabra es capaz de describir todo lo que en nuestros recuerdos se encuentran. Lo realmente pertinente de destacar es que evocar la vida de la persona que nos aunaba esa mañana, verlo-recostado, quieto, tieso, tan frío, tal vez-hizo que algo raro se moviera en mi interior. Angustia, quizás. Lo único que sabía era que deseaba largarme de allí con todas mis ansias, la soledad, dejar de pensar en él tanto como pudiese.
Han pasado más de dos meses y aun no se va, la angustia sigue. Vuelve en sueños (él, no la angustia) y yo sigo acá -¿Dónde? Uno siempre está “acá”- sin poder escribir algo que realmente valga la pena. Lentamente me voy alejando de todos-de mí primero que nadie-, perdiéndole el sentido a lo que antes me causaba placer. 

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