11 dic 2010

Lluvia-un relato acorde al clima reinante en estos días

Lluvia
Llueve. Llueve demasiado. Ha llovido toda la noche, aquí y allá. Siempre que sucede me pregunto, por qué lloverá tanto ¿Qué Dios ha destinado esta tempestad? Pero no logro encontrar respuesta. Tampoco puedo medir de manera precisa si es que aquí llueve con mayor intensidad o si es mucho más cuantioso el diluvio del otro lado. Una, dos, tres, decenas, centenares, miles, millones de gotas o tal vez me equivoco y es continuamente la misma gota que se duplica, triplica y así. No sé. Soy un cúmulo de incertidumbres. Tenemos paraguas, ese no es el problema, el problema es que no cesa. ¿Cómo detener esta lluvia, si ni siquiera comprendemos su origen?
         Son gotas, pero gotas saladas. ¿Cómo resistir a la irrefrenable tentación de abrir la boca a la espera de las gotas de lluvia? El que lo niegue estará mintiendo. Sabe a un mar ya conocido por mi lengua. Es un recuerdo muy lejano, pero recuerdo al fin. Cuando niño solía salir a la calle con una especie de tambor tratando de detener la lluvia. Ahora, ya menos niño me inunda un sentimiento opuesto, deseo que no cese de llover. Tengo la impresión de que algún día toda el agua del mundo se acabará. Que el sol absorberá demasiada agua de todo recoveco y el mundo se va a secar. Por eso mismo celebro cada vez que veo agua caer.
         En los noticieros radiales y televisivos presagian una constante y decidida lluvia para todo el mes. Es un pronóstico no muy arriesgado, teniendo en cuenta que durante tres días la tormenta no ha concluido y sumado a que sólo restan dos días para completar el mes. Además si nos remontásemos a épocas antiguas ya lo habríamos concluido, de contar el mes con veintiocho días, un año lunar.
         Somos cuatro en esta casa. Mi pareja, el perro, la gata y yo. Al parecer soy el único alegre por el “mal tiempo”. Los animales no dejan de aullar y de dar vueltas por toda la casa, haciendo imposible conciliar el sueño. Pero está de más decir que yo tengo escasos deseos de dormir, me paso el día admirando el afuera a través de la ventana, mientras ella se la pasa con los pelos de punta, los brazos en alto y gritando como si el Apocalipsis se avecinara. Yo le dije una y mil veces que el Apocalipsis comienza cuando uno nace, y que es lento, un proceso muchas veces interno, otras no tanto pero como todo culmina, nos morimos. En el peor de los casos uno se muere de inanición, mucho antes que de puro ser humano, y es un vivo muerto. Mas esta muerte viene a desperdiciar de alguna manera a las demás vidas, que se creen luchadoras contra un enemigo siempre eficaz, contundente y mejor: el tiempo. Mas el final es siempre el mismo como el principio, lo que varía es lo que está en el medio.
         Escribo en la ventana “Lo importante es creerse inmortal, pero sabiéndose esclavos de nuestra mentira” mi frase favorita. Como en el amor, tenemos que tener la fe de que el tiempo es eterno, creernos en algún punto dioses, si nos detenemos un minuto a contemplar la vida tal y cual es realmente, nos daremos cuenta de su sin sentido, y si persistimos un momento más nos perderemos toda la vida. Pero sólo hay que mentirnos un poco. No andar por la vida como gatos con siete o nueve vidas arriesgando una-que es la única- por cualquier parte.
         ¡Que dulce melodía, la de la lluvia en mi techo! Siempre en mis soliloquios aparece algo relacionado a esta música. Es ideal para pensar. Lo que consigo pensar es que es un tanto discorde con el perro, la gata y mi mujer gritando al unísono, pero trato de separar los sonidos más apacibles. 
         Ya el agua comenzó a filtrarse con calma por debajo de la puerta. Con mi mujer nos miramos estupefactos. Era la segunda vez que se llenaba de agua la casa. Mas aquella ocasión nuestras mascotas no se encontraban en nuestra posesión. No estas. Teníamos un loro y un águila. Ambos se escaparon cuando la casa se estuvo por convertir en una pecera. Ahora estos dos-el perro y la gata- son terrestres, ergo que se escapen es un hecho un tanto inverosímil.
         Siempre tuvimos la ilusión de comprar una pileta, pero por diferentes razones sobrevivimos sin ella. En estos instantes el agua ya nos llega a la cintura y sigue avanzando en su carrera vertical hacia el techo. Por suerte tuve una idea que ahora la creo maravillosa. Tenía mucha, pero mucha sed. Comencé a tomar el agua. Mi pareja me miraba con susto como expresando un asco terrible ante mi  acción de beber el agua entrante.
         En pocos minutos el agua ya ni mojaba los tobillos. Como mi sed continuaba, salí de mi hogar y emprendí una ardua tarea, beber toda el agua que se me cruzara en mi camino. En una hora yacía boca arriba absorbiendo el agua que caía del cielo y con una sed infinita.
         Llegado el momento de culminación de la lluvia, la gente me aplaudía porque gracias a mí había detenido el terrible anunciado diluvio. Pero en mi opinión sólo deseaba saciar mi asombrosa sed.
         Me dieron una placa, quinientos mil dólares y un globo. Dos semanas luego, la gata jugando me rasguñó la panza y empezó a salírseme el agua.  

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