11 dic 2010

Retazos de escritos sin sentido



Mi madre me entregó algo amorfo, de color amarillo, feo. Al principio le sospeché una calidad insectívora pero luego me di cuenta de mi error. Como al pasar se me cayó en el patio de mi casa, ese que tiene una tierra muy fértil. Los días fueron pasando y yo contemplaba cómo en una zona del fondo de mi hogar una pequeña planta iba creciendo.
Pasaron dos meses, una gran planta adornaba nuestro pequeño patio, de las puntas de las ramas brotaron ñoquis; mi abuela todos los domingos los corta y comemos las pastas más ricas que he probado. ¡Nada mejor que las pastas de la abuela!






Me han dejado en una caja de cristal, de cristal polarizado. No puedo ver con nitidez el exterior, la opacidad me inunda. Un haz de luz atraviesa un vértice de la caja, la misma se rompe en miles de pedazos. Salgo y ña claridad irrumpe en mis ojos, me encandila, me deja ciego. Camino pero no encuentro sitio que me conforme; todos son parlanchines de una lengua inenteligible. Quiero volver a mi caja, a mi soledad. Aquí, en el exterior, estoy más solo.


Colgado de las patas del pajarraco más feroz-mi pasión-vuelo hacia los recodos más rocosos de mi imaginación. La velocidad a la que soy arratrado es casi inverosímil, siento desintegrarme a cada momento, pero me aferro fuertemente para no caer. Caer sería, volver a la realidad. Por fin, puedo dormir en la luna, junto a los lunáticos, me estaban esperano; me coronan rey y me recuesto en un cráter.


Un ruido me despierta, alguien ha muerto. Corro para observar de quién se trata. Es un largo y cruento minuto. ¡El tiempo se está muriendo! Exclamo alarmado. Quiero gritar pero me es imposible, el sonido también ha fenecido. ¿Olvidar su voz, el canto de los pájaros, a Wagner? Nunca.Pero, pero....Todo es olvido...Vuelve a empezar, eterno retorno.






Puedo caminar, puedo correr y también puedo volar. No sé si sueño o estoy en la vigilia. Solo sé que soy un gigante. Tengo el poder de dominar la palabra, esa que enamora, esa que es sublime. Pero tengo el cuidado de no desperdiciarla, como todos los poderes, se va agotando. Algunos creen que soy callado, serio. Esos no me conocen. Yo hablo, hablo del paraíso, ese donde tú estás. Pero hablo con los que desean escucharme, con el alma hasta quedarse sordos, hasta que se me desgarre la garganta; escribo con sangre para los que prefieren leerme hasta cegarse a través de mis letras. Ya he dicho mucho por hoy.






El gigante volvió. Tengo un bombín, un frac y deambulo por la ciudad. Extraño demasiado a mi musa, a mi inspiración. Está dando vueltas por el mundo, recorriendo lugares, recogiendo el aroma de las cuatro estaciones, rozando sus tersas manos con las sinuosidades más hermosas y viendo el paisaje más sublime: la luna reflejada en el mar. Pronto seré más grande aun. Y cuando lo sea, los que saben leerme lo observarán.


¿Puedo no ser un gigante? No me dejan ser otra cosa. Tengo en cada extremo dos semillas que germinan poco a poco. Ambas son sensibles pero a la vez fuertes. Repito ¿Puedo no ser un gigante? Ya no son semillas, si no los frutos más grandes y jugosos. No son frutos que alimentan a mi estómago. No. Los absorbo y a través de mis venas mi corazón se va llenando de ellos. No puedo ser otra cosa más que un gigante que se acrecienta sorbo a sorbo. Ahora me mofo de la muerte.






Utilizo el silencio no como lo hace la mayoría de las personas inteligentes: como una forma de agresión, incomodando a los demás; como una muestra de complicidad, ese silencio que une. No. Es más yo no lo utilizo, es el medio con que se muestra el sentimiento que rige a casi toda mi persona: el miedo. Ante el miedo de romper con la cotidianeidad, ante el pavor de cometer un yerro, callo. Soy presa del silencio…


Tengo terror de no haber cambiado en lo más mínimo. Este sentimiento radica en que no quiero ver que el calendario ha ido avanzando, y sin embargo darme cuenta que yo sigo siendo el mismo. Sería realmente indeseable verme al espejo, observar el reloj, pensar cuántas horas han pasado y yo no he crecido, ni sentimental ni mentalmente; no he sufrido-redundancia, pues sufrir es crecer si bien se lo mira. Me encuentro caminando despacio sobre un suelo pedregoso, bajo la mirada para contemplar con estupor que tan sólo están mis huellas; no familia, no amigos, no nadie. Parpadeo unos segundos para vislumbrar que ahora ni mis pisadas se encuentran. Hasta el que escribe se ha esfumado.


Amo a la luna más que a cualquier ser-humano o no. Puedo contemplar su resplandor durante horas infinitas, el solo hecho sentirme iluminado por su luz ya me tranquiliza. Quisiera morir en ella.

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