No me enojo, tan sólo me decepciono. Esas siempre fueron sus palabras. Así fue como su corazón fue endureciéndose más y más, tornándose más y más débil. Hasta que un día, al escuchar un último perdón, su corazón no tuvo más remedio que caerse y hacerse añicos.
:-(
ResponderEliminarMe resulta tan familiar!
ResponderEliminarsi cuando tantos perdones se acumulan, el corazón se resiente.
ResponderEliminarPreciosas reflexiones las tuyas, compañero. Un beso desde Barcelona.